Levante: incluye los actuales Israel y los Territorios Palestinos ―denominados conjuntamente como Canaán o Palestina―, Líbano ―denominado Fenicia―, y partes de Siria (fachada marítima y zona de Damasco) y Jordania (valle del Jordán), en ambos casos excluyendo la zona desértica que comunica con Mesopotamia y Arabia.
Algunos académicos tiende a excluir a Egipto del área como una entidad diferenciada, pero las intensas relaciones políticas, económicas y culturales mantenidas con toda el área a partir del II milenio a. C., hacen esta segregación algo poco común.
Ha sido en la cultura europea donde ha habido memoria sobre la historia del antiguo Oriente, pero se ha transmitido en un modo mítico.[2]
El principal canal de transmisión ha sido el Antiguo Testamento, que se ha conservado a lo largo del tiempo, y supone una difusión hebrea y cristiana que surgió en el antiguo Oriente.[2] Con este vínculo pudo pervivir la literatura oriental antigua y se le ha atribuido cierta autoridad y carisma.[2] La unión del pueblo de Israel se ha transmitido gracias a la citación en el Antiguo Testamento,[2] sobreviviendo a la época los caldeos, cananeos, filisteos.[3]
El descubrimiento arqueológico del antiguo Oriente fue, en primer lugar, una forma para recuperar datos e imágenes del denominado «ambiente histórico» del Antiguo Testamento.[3] Tras la llegada de la crítica histórica y textual, se demostró la veracidad del Antiguo Testamento.[3] En cierto momento la mayoría de las investigaciones arqueológicas estuvieron motivadas gracias a la demostración de la veracidad del mismo, y se usaron con fines propagandísticos.[3] Muchos de los filólogos, historiadores, arqueólogos y eruditos estaban motivados por ser judíos, pastores protestantes o sacerdotes católicos.[3] Sin embargo, la corriente laica trajo consigo controversias y polémicas sobre Babel y Ebla.[3]
Al ir aumentando el conocimiento, se veía al antiguo Oriente como la cuna de la civilización, donde se pusieron los primeros medios tecnológicos y formas organizativas que han perdurado hasta la actualidad.[3] El eje de la historia universal que se le ha dado al antiguo Oriente y al que siguen el modelo griego, romano, la Europa medieval y occidental le da un sentido unitario al desarrollo histórico, e implica la marginación de otras experiencias históricas.[1]
Este planteamiento es veraz, ya que el origen del estado, las ciudades y la escritura y su transmisión se dieron por primera vez en el antiguo Oriente.[4] El único problema que se plantea es la monogénesis de la cultura, que tuvo focos alternativos y quitó importancia a los demás cambios que se produjeron en otras instituciones, tecnologías e ideologías.[4]
A su vez, al antiguo Oriente le precedieron una época prehistórica y otra época protohistórica, que fueron tan esenciales como el continuum del desarrollo, pero se le debe dar importancia por sus procesos de formación de las sociedades, su estructura compleja, sus papeles míticos y su cultura.[4]
La cronología del Antiguo Oriente se fundamenta en inscripciones, textos con listas de reyes –las cuales sólo se han conservado parcialmente– y dataciones mediante carbono-14 de restos orgánicos.