Clemente de Ancira
Clemente de Ancira (Ancira, 250 - Ancira, 2 de enero del 303 al 310)[1] fue un obispo y mártir de los tiempos del emperador romano Diocleciano.[3] Clemente nació en la colonia romana de Ancira (Galacia, en la actual Turquía). Era hijo de madre gálata cristiana y padre romano pagano, quien murió cuando Clemente era niño.[1] Muerta también su madre, fue cuidado por otra mujer llamada Sofía, también muy cristiana. De joven profesó como religioso y se dedicó a hacer penitencia y muchas obras de caridad en una época en que toda la Galacia sufría una gran hambruna. Los cristianos lo nombraron obispo de la ciudad, con gran fama de santidad.[4][1] En esos tiempos era emperador Diocleciano, que en el año 303 proclamó edictos para desterrar el cristianismo de todo el imperio. Domiciano, gobernador de Galacia, intentó convencer a Clemente para que dejara de predicar, primero con «blandas y fingidas promesas» y después con amenazas, prisión y torturas. Sin embargo, viendo que Clemente no renunciaba a su fe, Domiciano lo envió a Roma para que lo juzgara Diocleciano en persona. Dado que el emperador tampoco consiguió apartarlo del cristianismo, ordenó torturarlo nuevamente. Encerrado Clemente en una prisión romana, lejos de flaquear, consoló y bautizó a muchos prisioneros, entre ellos a Agatángelo, un joven originario de su misma ciudad de Ancira.[1] Clemente fue enviado a Nicomedia en un barco lleno de soldados para ver si el gobernador Maximiano podía conseguir su apostasía y Agatángelo subió secretamente a la nave para acompañarlo en su suerte, lo que le hizo dar gracias a Dios:
El penoso viaje de los dos cristianos se prolongó durante más de veinte años, de ciudad en ciudad: Rodas, Nicomedia, Ancira, Amis y Tarso, de tribunal en tribunal y de tormento en tormento, sin que ninguno de los dos renunciase a sus creencias. Esto hacía que muchos infieles ―al ver su ejemplo y al escuchar sus palabras de fe en Cristo― se convirtieran.[1] Finalmente llegaron por segunda vez a su ciudad natal,[3] mientras las tierras romanas eran gobernadas por el emperador Maximino.[1] Leyenda apócrifaSegún el jesuita Delehaye, en Las leyendas hagiográficas, en el Medioevo se conocía un mito que hablaba de las torturas sufridas por Clemente y Agatángelo:
MartirioArrestados nuevamente, fueron devueltos a Ancira, donde sufrieron torturas (lapidación). Posteriormente fueron enviados a la ciudad de Amasea, donde el procónsul Domecius era conocido por su crueldad. Cuando Clemente partió de nuevo hacia Ankara, Agatángelo lo acompañó de nuevo. Allí ambos sufrieron martirio, por orden del presidente Lucio. En los últimos interrogatorios, Agatángelo contestó al juez que se admiraba de su resistencia:[1]
El juez hizo intensificar los tormentos con pinchos ardiendo, antorchas, azotes, etc, y finalmente, visto que no conseguía ningún cambio, mandó que le cortaran la cabeza el día 5 de noviembre, sin que se pueda precisar el año (entre el 303 y el 310).[1] Unas semanas después, el 2 de enero, fue decapitado también Clemente.[1] Sofía, la segunda madre de Agatángelo, hizo enterrar a Clemente junto al cadáver de Agatángelo:[1]
Origen de la leyendaLos datos hagiográficos de estos dos santos figuran en antiguos repertorios hispánicos de santos ―como Historia verdadera y exemplar de los más estraños y esforzados mártires de Jesucristo, de Hilario Santos Alonso―[6] y parecen haber sido extraídos originalmente del capítulo incluido en el libro Introducción del símbolo de la fe (segunda parte), de fray Luis de Granada (Salamanca, 1583). Referencias
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