Sin consistir realmente una escuela en el sentido clásico del término, los historiadores de Annales dominaron prácticamente a toda la historiografía francesa desde la segunda mitad del siglo XX, y sus ideas han tenido una enorme difusión en el mundo occidental, reemplazando al historicismo como modelo hegemónico para la práctica historiográfica.
Haciendo de las sociedades el sujeto de la historia, los annalistes eligen perseguir el ideal de una historia total que busque abarcar todas las dimensiones posibles de la vida social. El historiador en esta corriente adhiere a un modo de escribir la historia desde el planteamiento de problemas que resolver o preguntas que contestar,[1] postura heredada de las ciencias naturales y, en segundo término, de las sociales. Además, a diferencia del historicismo, estos autores toman conciencia de que no están escribiendo sobre el pasado reproduciéndolo de modo fiel sino interpretándolo, partiendo de sus propios conceptos y subjetividades, así como de teorías, para escribir su versión del fenómeno histórico sobre el que trabajan. La subjetividad del investigador, lejos de constituir un obstáculo, es un presupuesto necesario para una investigación consecuente con la empresa de una historiografía contemporánea, orientada por los problemas y el conocimiento del presente. Así lo define Bloch: "No hay, pues, más que una ciencia de los hombres en el tiempo, y esa ciencia tiene la necesidad de unir el estudio de los muertos con el de los vivos"[2]
En cuanto a las fuentes de la historia, la corriente de Annales amplió el abanico de recursos de los que dispone el historiador. Todos aquellos elementos que puedan ilustrar sobre el comportamiento humano en el tiempo son susceptibles de convertirse en fuentes, lo cual permite abarcar desde la cultura material y las imágenes artísticas hasta los testimonios de la cultura oral. El acercamiento a las ciencias económicas, por otra parte, dio a los índices de precios y los datos contables una importancia tan grande o mayor que la de las fuentes primarias, privilegiadas hasta entonces por la historiografía tradicional.
La revista Annales[3] fue fundada por los historiadores franceses Marc Bloch y Lucien Febvre en 1929, mientras enseñaban en la Universidad de Estrasburgo. Ambos propugnaban una ampliación en los temas de estudio de la Historia, y rechazaban el énfasis predominante en la política, la diplomacia, y los hechos bélicos al que suscribían muchos de los historiadores del siglo XIX y principios del XX. Influenciados por el trabajo de los historiadores Henri Berr y Henri Pirenne, como también de los planteamientos de la sociología durkheimiana, Bloch y Febvre buscaron buscaron captar el hecho histórico en su totalidad. En adelante, la historia ya no es más definida como el estudio de los hechos del pasado sino, como diría Bloch: "la ciencia de los hombres en el tiempo".
No obstante el afán de renovación que buscaba la revista, el esfuerzo de sus editores debió esperar a que terminara la Segunda Guerra Mundial. Durante la ocupación nazi, Bloch fue miembro activo de la resistencia francesa y vivió en la clandestinidad antes de ser torturado y asesinado por miembros de la Gestapo en 1944. Aun así, logró redactar durante estos años la Apología para la Historia o el oficio del historiador, lejos de su biblioteca y de cualquier centro de investigación. Esta obra llegaría a convertirse en los años posteriores en el manifiesto de los primeros Annales.
Ya en la posguerra, la Fundación Rockefeller buscó fundar en Francia un centro de investigación de alto nivel en Ciencias Sociales, capaz de proponer un enfoque alternativo al marxismo. Esta iniciativa resultó en la creación de la VI sección de la École Pratique des Hautes Études, abocada al estudio de las "ciencias económicas y sociales". Lucien Febvre, quien había ejercido la dirección de la revista en solitario desde la guerra, fue elegido para dirigir el instituto, liderando hasta su muerte la primera gran expansión de la corriente de Annales.
La segunda generación
La publicación en 1949 de El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II marcó un punto de inflexión en la historia de Annales. Su autor, Fernand Braudel, había desarrollado en prisión la idea central del libro, y posteriormente la expandió como parte de su tesis doctoral bajo la dirección de Febvre. La obra tuvo un notable impacto y le dio a Braudel un gran renombre dentro del campo historiográfico, a la vez que consolidó la posición de Annales como el centro de la renovación historiográfica en Europa.
Lo novedoso de la metodología ofrecida por Braudel consistió en primer lugar en su objeto: haciendo foco en las transformaciones globales del siglo XVI, eligió por presentar al Mar Mediterráneo como una totalidad que trasciende a los individuos, los reinos y las sociedades específicas. En su mirada, los cambios y continuidades se observan allí donde se cruzan la historia y la geografía, razón por la cual se vuelve necesario adoptar una perspectiva de larga duración (longue durée) que contemple los lentos e imperceptibles -casi estáticos- movimientos de la geohistoria.
La otra gran innovación se halla ligada a la primera. En El Mediterráneo, Braudel da cuenta de que el tiempo histórico no es lineal y uniforme: los fenómenos sociales tienen diferentes ritmos de cambio y duración, razón por la cual se vuelve necesaria una categorización que contemple la pluralidad del tiempo histórico. Así, tendríamos el tiempo de larga duración, o de las estructuras; el tiempo de media duración, o de las coyunturas; y el tiempo de corta duración, o del acontecimiento. Mientras que la historia tradicional sólo se dedicaba a este último, Braudel buscó integrar los tres, realizando el intento más logrado de una historia total que abarque todas las dimensiones de la vida social.[4][5]
Braudel sucedió naturalmente a su maestro en la dirección de la VI sección y del comité de la revista de Annales. Progresivamente, fue tomando el control de las becas francesas y de algunas internacionales, consolidando su hegemonía académica en Francia y un imperio apoyado en satélites internacionales y en el mecenazgo de la Fundación Rockefeller. Ante la progresiva consolidación de su poder se produjeron escisiones voluntarias (Mandrou, Morenze) y depuraciones como la que llevó a cabo en 1969 sobre el comité editorial, imponiendo a sus discípulos más leales, como Marc Ferro o Jacques Le Goff.
Por otra parte, en 1979 Braudel publicaría Civilización material, economía y capitalismo (XVI-XVIII). En esta obra, en gran parte influenciada por las teorías de Immanuel Wallerstein, Braudel analiza la civilización europea haciendo foco en las actividades económicas, todavía desde un esquema trino: la base, o “civilización material”, donde se sitúa toda la actividad de base que escapa al mercado; la “economía” propiamente dicha, que analiza desde la perspectiva de la competencia perfecta y la regularidad del mercado; y un tercer ámbito donde actúa el juego de las “jerarquías sociales activas”, el monopolio y el privilegio. Este último es, para Braudel, el ámbito de un “capitalismo” que escapa a las reglas del mercado y que es sinónimo de especulación.
Para Alain Guerreau, Braudel proporciona una salida a la difícil situación del abandono de la teoría con su “motor de tres tiempos”. En El Mediterráneo, Braudel ideó una estructura caracterizada por sus distintos ritmos de evolución. En su base se situaría la “geohistoria”, la relación del hombre con el medio que le rodea. Luego, la estructura social de los “destinos colectivos y movimientos de conjunto”, subdividida en economías, imperios, civilizaciones, sociedades y formas de guerra. Para terminar, Braudel sitúa a “los acontecimientos, la política y los hombres” como la espuma de las olas que chocan contra la roca de las estructuras. El problema de esta estructuración lo supone el hecho de que crea un esquema holista en el que no encontramos relación causal entre sus partes. Al enmarcarlo todo en una explicación determinista, apenas aporta datos de la transición del feudalismo al capitalismo.
La tercera generación
Al iniciar la década de los setenta Braudel, se retiró de Annales por discrepancias internas. Con su salida, se abrió paso una tercera generación caracterizada por su heterogeneidad, al carecer de un consenso metodológico, político o intelectual. Es posible subrayar, no obstante, el interés de sus integrantes por estudiar la cultura e incrementar la presencia pública de la historiografía.
La amplia llegada al público de los nuevos historiadores no lograba disimular la imprecisión de sus pretensiones holísticas. Sus críticos no tardaron en señalar que el empleo difuso de conceptos como mentalidades, inconsciente colectivo o psicohistoria dotaba de gran debilidad empírica a las grandes generalizaciones de los annalistes de la tercera generación. El supuesto de que es posible inferir una misma mentalidad para todo el tejido social, sin mayores distinciones, fue seriamente cuestionado incluso dentro de la misma corriente de Annales.
El panorama hacia fines de la década de 1980 era el de una crisis de los grandes paradigmas que habían orientado la investigación en ciencias sociales, como el estructuralismo, el materialismo histórico o la historia cuantitativa. El progresivo abandono de la historia económica, de la larga duración y de las grandes síntesis tendió a parcelar el campo historiográfico y el alcance de las investigaciones, hecho que fue visto como un "desmigajamiento" de la historia por historiadores como François Dosse. Aún sin adherir al diagnóstico de una presunta "crisis de la Historia", los historiadores de Annales recogieron las críticas a la Nueva Historia para renovar la disciplina siguiendo las banderas de la innovación y la experimentación metodológica, que habían dado a la revista su estatus como referencia mundial.
En los editoriales de Annales de 1989 y 1990, Betrand Lepetit llamó a por un giro crítico (tournant critique) que profundice la problematización en torno a los juegos de escalas y la escritura de la historia, considerando que éstas eran las dos perspectivas con mayor proyección para la renovación historiográfica. En adelante, se buscó privilegiar las estrategias de los sujetos para significar y constituir su realidad social en contextos de cambio, en lugar de deducirlos en función de su pertenencia a estructuras sociales, económicas y culturales.[6] Así, evitando el determinismo estructuralista tanto como el individualismo metodológico, los historiadores se mostraron dispuestos a incorporar los desarrollos de la antropología simbólica y, principalmente, de la teoría de las prácticas culturales para poner a las representaciones sociales en el centro del análisis.
Desde fines del siglo XX los historiadores de Annales continúan realizando grandes aportes al campo historiográfico, aún sin detentar una posición prominente como en tiempos de Braudel. Varias de sus producciones se inscriben y contribuyen al desarrollo de nuevas pespectivas como la microhistoria, la nueva historia política, los estudios de género, la historia de la memoria y, principalmente, la nueva historia cultural. En cambio, menor aceptación tuvieron las tesis narrativistas respecto a las implicancias del giro lingüístico en historiografía, lo cual fue expresado en la abierta crítica de Chartier al filósofo Hayden White.[7] Otros historiadores de la EHESS como Hartog o Ivan Jablonka sí se mostraron más receptivos a esta perspectiva.
Al otro lado del Atlántico, los Estados Unidos vieron desarrollarse una también influyente escuela de historia cuantitativa, similar en algunas de sus preocupaciones y métodos a la segunda generación de Annales. Aunque la mayor parte de los historiadores estadounidenses fueran reticentes a abandonar el crudo empirismo rankeano, algunas figuras marginales como Adam Schaff y Edward Hallett Carr bregaron por una historia centrada en las preguntas y las proyecciones del historiador. Ya desde los años 70, Robert Darnton, Natalie Zemon Davis, Lynn Hunt y Joan Scott desarrollaron un fructífero diálogo con la escuela de Annales, la historia social británica y la microhistoria italiana, para expandir la corriente de la nueva historia cultural, así como el emergente campo de la historia de género.
Bourdé, Guy; Martin, Hervé. Las escuelas históricas.
Borguière, André. La escuela de los Annales. Valencia: Universidad de Valencia, 2008, ISBN9788437075181
Burke, Peter. La revolución historiográfica francesa. La escuela de los Annales, 1929-1984, Barcelona: Gedisa, 1999, ISBN84-7432-506-4.
Dosse, François. La historia en migajas.
Fontana, Josep. Historia, análisis del pasado y proyecto social.
Iggers, GG. Historiography in the Twentieth Century: From Scientific Objectivity to the Postmodern Challenge. Wesleyand University Press: Connecticut, EE. UU.
Pasamar, La Historia Contemporánea. Aspectos teóricos e historiográficos, Madrid: Síntesis, 2000. pp 69 - 217.