Sara Rus
Sara Laskier de Rus (Lodz, 25 de enero de 1927-Buenos Aires, 24 de enero de 2024)[1] fue una activista polaca judía nacionalizada argentina, madre de Plaza de Mayo y sobreviviente de Auschwitz.[5] Datos biográficosEra la hija única de Carola y Jacobo Laskier, quien era sastre y se había recibido de rabino.[6] Sara iba a la escuela judía y estudiaba violín. Llevó una vida tranquila y sin mayores sobresaltos hasta que en 1939 ―cuando tenía 12 años― el ejército alemán entró en Lodz, su ciudad natal. Con las fuerzas del Reich llegaron también las SS y obligaron a los judíos a usar la estrella de David.[7]
Tuvieron que dejar el apartamento donde vivían y mudarse a una habitación en un edificio del gueto judío en Lodz.[8] En 1942 comenzaron las selecciones, debían soportar la incertidumbre del «sirve-no sirve», pero su mamá repetía con optimismo «siempre hay un ángel que nos protege».[7] Empezaron las «selecciones»: cada tanto los soldados alemanes elegían a grupos de personas que eran hacinados en vagones hacia los campos de trabajo (campos de concentración), la antesala de las cámaras de gas.[9] El trabajo en el gueto era obligatorio. El que no trabajaba, no comía. A Sara y a su madre las mandaron a una fábrica de sombreros: sombreros para mujer, para hombres y niños, y manguitos de piel para protegerse las manos en invierno. Carola estaba débil y no podía cumplir con las obligaciones impuestas por los nazis. Su hija, que tenía catorce años, se llevaba trabajo a su casa, preparaba una producción extra y la entregaba en nombre de su madre para que no le quitaran la carta de alimentación.[2]
Casi al año su madre quedó otra vez embarazada, tuvo otro varón, que fue asesinado en el hospital, en una de las llamadas evacuaciones.[7][8] El gueto era dirigido por el Judenrat, es decir el gobierno judío que debía obedecer a los nazis. Al frente estaba el profesor Runcovsky, un maestro que había dirigido un orfanato, educando a los jóvenes y dándoles una salida laboral. Uno de los jóvenes que habían estudiado en el orfanato era Bernardo Rus, un hombre de 26 años que vivía a pocos metros de la casa de Sara. Jacobo solía conversar con él en la calle porque le parecía «un muchacho muy interesante, que daba gusto conversar con él», y un domingo lo invitó a comer a su casa. Después, la madre le reprocharía haber traído a un hombre a quien la niña Sara miraba demasiado.[6] El enamoramiento fue mutuo e inmediato, pese a que ella solo tenía 14 años de edad.[10] Sara lo consideraba un hombre muy preparado, un poeta, que escribía como nadie. Empezaron a verse, y en una oportunidad él le contó que también había leído mucho sobre Argentina, donde estaban los parientes de Sara, y le dijo que cuando terminara la guerra podrían ir a vivir allí. Si para ese entonces no estaban juntos, Bernardo le anotó el tiempo y el lugar: se encontrarían en la puerta del edificio Kavanagh, en una fecha fácil de recordar: el 5 del 5 del 45.[6] Poco tiempo después, Sara y sus padres fueron arrancados del gueto.[9] Habían logrado pasar muchas «selecciones». A la madre, que había quedado extremadamente delgada, le rellenaban la ropa y le pintaban la cara para que tuviera mejor semblante. De todas maneras un día los nazis rodearon la casa y les dijeron que llevaran lo mínimo posible. Sara eligió una mochila muy chiquita que ella misma había cosido antes de la vida en el gueto. Ni siquiera se preocupó en guardar ropa interior. En cambio, puso algunas fotos familiares y la libretita en la que Bernardo había anotado la fecha de su reencuentro: «Yo pensaba que podía ser... algún día, pero llegó un momento que dejamos de pensar. Y empezó el viaje a Auschwitz».[9] Auschwitz-BirkenauFueron llevados los tres, con algunos vecinos judíos y otros que no conocían.[9]
Llegaron a una plaza enorme en Birkenau (Polonia), donde les hicieron una nueva selección. A los hombres directamente los sacaron. Nunca más vio a su padre. Su madre ―aunque seguía siendo una mujer bonita y todavía muy joven― estaba muy demacrada, por lo que se la llevaron. La pusieron de un lado y a Sara del otro:[9]
Las mandaron a los baños, donde tuvieron que desnudarse:
Les dieron ropa (que no les quedaba) y las llevaron a una barraca donde se amontonaron en el piso de cemento. No tenían que hacer nada, excepto salir y formar para que las contaran. Todos los días sacaban algunas mujeres de la fila, y esas mujeres no volvían. A diferencia de la mayoría de los prisioneros, no las marcaron con un número. «Llegamos en el ’44, estábamos destinadas a ir al gas». Sin embargo fueron seleccionadas para trabajar en una fábrica en Alemania.[9] Después de dos meses en Auschwitz, se subieron otra vez a los trenes para viajar como animales que van al matadero. Las ubicaron en una fábrica de aviones Fraia, en Freiberg (Alemania). Sara tenía que remachar las chapas de las alas con una pistola de aire comprimido que casi no podía sostener. En un turno nocturno, no vio los rieles que estaban en el piso y se cayó para atrás. Casi se corta en dos. En la enfermería, una médica rusa la trató como si hubiera sido una enemiga de guerra.[2] La operó sin anestesia, en el piso, como a un animal. Las enfermeras alemanas lloraban pero tenían prohibido ayudarla, por lo que tuvo que ir arrastrándose hasta su cama.[6]
Después del accidente la mandaron a trabajar a la cocina como pelapapas. A veces podía comerse una papa cruda y también traficaba (en el forro de su abrigo) cáscaras y pedazos de papas para sus compañeras. «Uno no se puede dar idea de lo que puede significar una papa o la cáscara de una papa. Era el alimento más importante que uno pueda imaginarse».[2] Un día de abril de 1945, ante el avance estadounidense, se realizó el traslado (otra vez hacinados, en tren) de todos los trabajadores prisioneros hacia el campo de concentración de Mauthausen (en Austria). Al llegar a la estación de trenes, los hicieron formar para iniciar una «marcha de la muerte» de varios kilómetros hacia el campo de concentración de Mauthausen. Carola, ya sin fuerzas, se dejó caer, mientras el grupo se alejaba. Sara se acercó, y a los poco minutos llegaron dos alemanes, uno de los cuales le dijo al segundo que se llevara a la chica, ya que él se encargaría de la mujer. Sara les dijo que no, que primero la mataran a ella. De repente apareció un hombre alemán gordo, que no era oficial nazi, y les dijo a los otros que se fueran, que él se ocuparía del problema. Le dijo a Sara que buscara agua en un arroyo cercano. Después de tomar agua, Carola logró levantarse y caminar despacio hasta llegar al campo.[6]
Cuando entraron los soldados estadounidenses y vieron el estado en que estaban los judíos, se pusieron a llorar.[3] En el mismo campo de concentración se organizó un gran hospital. La pesaron y no tenía más que 26 kg (tenía 18 años). Su madre pesaba 27 o 28 kg.[8] No podían caminar ni tenerse en pie, eran todos esqueletos. Para revisarlas, los médicos estadounidenses les pedían que se pusieran contra el sol, sin necesidad de radiografías. Sara estuvo tres meses prostrada, sin poder caminar, alimentada por suero debido a un reumatismo infeccioso. Algunas de las personas que habían estado presas comían mucho de golpe, y se morían porque su organismo no toleraba los alimentos. Su madre Carola se recuperó rápidamente para cuidarla. Detrás de una de las barracas se hizo una cocina con ladrillos. Cocinaba los alimentos más nutritivos en dos ollas que le regalaron los estadounidenses. Sara todavía las conserva como parte de su historia.[6][3] La Agencia Judía les ofreció emigrar a Palestina, donde pronto se formaría el Estado de Israel.[6] Una mañana, los altavoces la sorprendieron con un curioso mensaje. Pedían que «Sarenka» se presentara en las oficinas pues tenía una carta desde Polonia. Se trataba de Bernardo Rus, que le decía sarenka (que en polaco quiere decir ‘cervatillo’).[11] Bernardo había entrado en contacto con una mujer que había sido compañera de Sara en el campo de Mauthausen y le escribía para decirle que la esperaba en Lodz (Polonia).[6] La escritora argentina Eva Eisenstaedt ―en su biografía de Sara Rus (de 2007)― reproduce una carta escrita en esta época por Bernardo Rus: «Sobreviví una época en la que Shakespeare y Dante ―los maestros en dramas y tragedias― se hubieran apabullado».[12] Sara y Carola viajaron en tren a Lodz y se instalaron en la casa de un conocido del gueto judío. Sara comenzó a buscar a Bernardo. Pero la carta había tardado demasiado tiempo en llegar a Mauthausen, y durante ese periodo, el ministerio polaco en el que trabajaba lo había trasladado a la ciudad de Katowice. Sara tomó un tren y viajó para encontrarlo. Al llegar, se dirigió a un movimiento juvenil judío, donde le dieron albergue y la ayudaron a buscar a su amor. Primero encontró a Mietek, el hermano de Bernardo. Le explicó que Bernardo habían sido trasladado a la ciudad de Kolobrzeg, pero la invitó a ir a su casa para hablar con él por teléfono, ya que Bernardo la había esperando todo ese tiempo. Cuando realizó la llamada y le pidió a la recepcionista hablar con Bernardo Rus, pudo oír cómo caían sillas y se arrastraban mesas mientras Bernardo corría a atender el teléfono. Al día siguiente viajó en tren y se encontraron. Sara recuerda la flacura esquelética de ambos, y el interminable abrazo, frente a las lágrimas de todos los presentes.[6] La pareja regresó a Lodz para reencontrarse con Carola, tras lo cual un rabino conocido los casó en una intima ceremonia realizada en la morada de su madre. Al poco tiempo, los tres partieron a vivir a la casa que Bernardo ocupaba por su trabajo, pero con la idea fija de salir del clima de violencia antisemita que todavía permanecía en la Polonia católica. Se mudaron a una ciudad alemana que estaba bajo gobierno estadounidense, donde residieron entre 1946 y 1948 en un campo de refugiados del ejército de Estados Unidos. Sara trabajó como cocinera y también se destacó interpretando obras clásicas como actriz en una compañía de teatro, y Bernardo como madrij (líder educador) de una colonia para niños judíos. Regularmente viajaban a Berlín para disfrutar de su vida cultural.[6] Empezaba a reponerse, pero un médico le dijo que debido al accidente que había sufrido en la fábrica no iba a poder tener hijos. «Mi esposo estaba totalmente resignado, le bastaba tenerme a mí, que nos habíamos podido reencontrar y estar juntos. Pero para mí fue un golpe terrible». ArgentinaEn Buenos Aires, el tío de Sara Rus estaba dispuesto a recibirla junto a su madre Carola y su esposo Bernardo. En 1948[13] los tres viajaron a París (Francia), donde trataron de gestionar las visas para viajar a Argentina. Pero el gobierno de Juan Domingo Perón no estaba dando más pases para judíos, por lo que tramitaron los permisos de entrada como agricultores en Paraguay. Esperaron dos meses a que la embajada paraguaya les emitiera las visas. La Cruz Roja y el Joint Distribution Committee les tramitó los pasajes en avión. Abordaron un vuelo de la línea neerlandesa KLM. El viaje en avión fue muy accidentado, e incluso uno de los motores se incendió, y también varios religiosos judíos quisieron encender las velas de Shabat, lo que aterrorizó al resto del pasaje.[4] Después de aterrizar en Asunción (Paraguay), ellos tres y otros siete judíos cruzaron de manera ilegal el río Paraguay (límite con Argentina) y entraron un par de kilómetros por el río Pilcomayo para desembarcar cerca de Clorinda (provincia de Formosa, en el límite norte de Argentina). Fueron abandonados en la costa, bajo la lluvia. Fueron abordados por un policía montado a caballo y armado con un rifle. Ninguno de ellos hablaba una palabra en español. El policía los condujo a su casa, donde incluso los invitó a comer. «Este policía fue muy servicial, pero nos dijo que si no teníamos papeles deberíamos regresar a Paraguay».[4]
Con la carta en mano, la policía les permitió viajar a Buenos Aires, donde ubicaron a los tíos, en Villa Lynch (en el oeste del Gran Buenos Aires). Se instalaron por un tiempo en su casa. En ese pueblo del suburbano, su esposo Bernardo Rus se dedicó al rubro textil, con el oficio de anudador, en el que se destacó y logró progresar económicamente.[4] Daniel RusSara Rus no se resignaba a la idea de no tener hijos y fue a ver a un médico. Para su sorpresa, el médico le dijo que no tenía ninguna enfermedad, que su cuerpo había sufrido mucho y simplemente tenía que reponerse. Quedó embarazada, y su hijo Daniel nació el 24 de julio de 1950.[2]
Cinco años después de nacer Daniel, en 1955, tuvieron una hija, Natalia Rus. Al egresar de la UBA como físico nuclear, ingresó becado a la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica), mientras que para completar sus ingresos daba clases de física en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA[14] y trabajaba también como ayudante en la fábrica textil que había logrado instalar su padre.[4] Según Sara, su hijo Daniel no militaba, pero seguramente era peronista.[2] Él les contó que un amigo suyo, Jorge, había «desaparecido». A principios de 1977, Daniel salió con su auto y lo paró una patrulla. Le encontraron folletos, cosas que le habían dado en la facultad y entonces se lo llevaron detenido. Lo tuvieron en tortura dos días y lo liberaron. Bernardo y su yerno José fueron a la comisaría a retirar el auto y el comisario les pidió perdón, dijo que se habían equivocado de persona.[14] Bernardo le insistió en que se marchase del país, pero Daniel no quiso.[15] El 15 de julio de 1977, a las dos y media de la tarde, Daniel Rus fue secuestrado junto con sus colegas Gerardo Strejilevich y Nélida Barroca en la puerta de la CNEA, donde trabajaba. Otros veinte físicos empleados de ese organismo serían detenidos ilegalmente durante la dictadura. A Daniel lo subieron a una camioneta. Esa fue la última vez que alguien lo vio. No hay testimonios que lo ubiquen en algún centro clandestino de detención, aunque su madre sospecha que estuvo en el campo de concentración de la ESMA (Escuela Superior de Mecánica de la Armada), ubicada en la vereda de enfrente de la CNEA[2] por donde pasaron unos 5000 secuestrados, que en su mayoría fueron asesinados.[8] Cuando Daniel no llegó a la casa paterna, sus padres pensaron que había tenido un accidente. Recorrieron comisarías y hospitales, hasta que fueron a la CNEA y se enteraron de que estaba desaparecido.
Madre de Plaza de MayoDesde 1978 concurrió todos los jueves a la Plaza de Mayo ―frente a la Casa Rosada, el palacio de Gobierno, para marchar en la ronda de las Madres de Plaza de Mayo. Una tarde de jueves, todavía durante la dictadura, varios policías la rodearon para intimidarla (varias de sus compañeras fueron secuestradas de esa manera). Entonces Sara Rus se pasó del otro lado de la valla y corrió a denunciar la situación ante la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos).[11] FallecimientoSara Rus vivió en el barrio de Belgrano (Buenos Aires) y[6]falleció en la madrugada del 24 de enero de 2024, un día antes de su 97° cumpleaños, en la Ciudad de Buenos Aires. Sus restos fueron inhumados en el Cementerio Israelita de La Tablada. De su hija Natalia tuvo dos nietas.[10] LegadoEn 2007, la escritora Eva Eisenstaedt (1940-) publicó la biografía de Sara Rus: Sobrevivir dos veces, de Auschwitz a Madre de Plaza de Mayo. El libro fue traducido al alemán y en 2010 se presentó en la Feria Mundial del Libro en Fráncfort (Alemania).[7][16]
En 2012 viajó al campo de concentración de Auschwitz, donde participó en la Marcha por la Vida.[17]
DistincionesEn diciembre de 2008, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner le entregó el premio Azucena Villaflor por su trayectoria en defensa de los derechos humanos.[7]El 4 de diciembre de 2009, el Colegio Nacional n.º 9 «Justo José de Urquiza» de Buenos Aires ―institución en la que su hijo Daniel Lázaro Rus finalizó los estudios secundarios con notables calificaciones― realizó un emotivo Homenaje a la Memoria de Daniel Rus, en que se instaló en la biblioteca una placa en su memoria.[12][10] En marzo de 2010 el Honorable Consejo Municipal de la Ciudad de Mar del Plata la declaró ciudadana ilustre,[7]lo mismo hizo el 4 de agosto de 2010 la Legislatura Porteña (Ley 3237/09).[10]En el acto de recibir esta distinción, Sara destacó que "lo que más me place es ver las caras de los jóvenes de facultades y escuelas secundarias, que me escuchan con mucho interés para saber qué pasó".[18] Fue también designada Visitante Distinguida de la ciudad de Rosario.[19] En julio de 2010 la Defensoría del Pueblo de la Nación Argentina le entregó una placa de reconocimiento a su trayectoria y su lucha por los derechos humanos.[20] Hasta 2023 dio charlas en las escuelas para contar su historia a los niños y jóvenes, hablar de la Shoá y del terrorismo de Estado en Argentina.[7] Referencias
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