«… hay una fuerte confianza en las imágenes. Y una formulación de las mismas en un estado de tensión permanente. Una tensión que también se muestra cuando éstas se enfrentan al discurso, a la palabra. De la imposible conciliación de estas dos tensiones (que son también las de los personajes: hablar-callar, recordar-olvidar) nace la fuerza emotiva que todo el tiempo subyace tanto en el film dentro del film …Se cuentan las historias y a su vez se le plantea al espectador un espacio que sin quitarle dramaticidad no lo haga perderse irremediablemente en la emoción, ni quedarse sólo en el discurso político...el film… evita los estereotipos de víctimas buenas y víctimas malas.»[2]
«Una pequeña pieza de ficción privada, alimentada por el suspenso, narrada en voz baja, caragda de ambigüedad, exenta de concesiones. Esta sí es una película necesaria.»[1]
«Habla de un tema irritante al que mucha gente desearía clausurado para siempre, y una vez instalada en él no recurre a ninguno de los golpes bajos que podrían tornarla más comercial.»[1]
«Sorprende por su rigor narrativo. No es un film atractivo ni entretenido en términos convencionales. Por momentos de una lentitud exasperante, se toma sus tiempos, que pueden ser asumidos como espacios intermedios de reflexión .»[1]
Manrupe y Portela escriben:
«Rigurosa visión del tema de los desaparecidos expuesta desde el tono interrogativo de una protagonista extranjera, y con la distancia de los años. Si no la mejor película sobre el tema, al menos la más ajustada y mejor narrada.»[1]